ASOCIACIÓN PRO MÚSICA

AMADEO L. SALA

ARTÍCULOS

 
 

LA TORRE DEL DESTINO - I


            El dolor de cabeza se hacía cada vez más insoportable. Abrió los ojos, apenas podía distinguir en el lugar en que se encontraba. Teniendo en cuenta el fuerte dolor de cabeza, se le hacía aun mas difícil incluso pensar. Le palpitaba con fuerza la cabeza, notando sus propias pulsaciones destrozándole el cerebro. No sabía cómo había llegado hasta allí. Ni porque iba vestido con un gastado mono de trabajo. En el bolsillo delantero, tenia grabadas dos palabras. Industrias Frumman.

            No le era muy familiar ese nombre. Tenía muchas lagunas en sus recuerdos. Ni tan siquiera se acordaba de su propio nombre. Le costaba pensar con claridad. Notaba sus propios latidos acuchillando su cerebro. Incluso le dolía el tener que respirar. Lentamente, se levantó del suelo y se dispuso a mirar alrededor suya. Le costaba mucho mantenerse en pie, aun así hizo el esfuerzo para levantarse.

            Era una noche estrellada en donde la luna llena mostraba el horizonte en todo su esplendor. El único sonido que se escuchaba era la suave brisa y unos truenos en la lejanía. Se encontraba en lo que era la cima de una montaña. Alrededor suyo, una vieja caseta de ladrillo sobre la que se alzaba oxidada, una monstruosa antena telefónica. Junto a esta, lo que en su día fue una eficiente furgoneta Chussman 4L, que ahora no era más que una vieja carrocería oxidada y semi destruida.
            Se acercó a la caseta a ver que podía encontrar, pero se encontraba cerrada con candado. Necesitaba una llave para poder abrirlo. Se acercó a la furgoneta a ver si podía encontrar alguna documentación que le aclarase al menos el saber su propio nombre. Se asomó por la ventanilla a ver el interior del habitáculo y se le notaba el paso del tiempo. Abrió la puerta y rebuscando por todo su interior, no encontró nada.
            Volviéndose al horizonte, observó una vieja caseta de ennegrecida madera junto a extraño cementerio rodeado por un vallado destrozado. Se encontraba rodeado enteramente por un sombrío y angustioso bosque. Más allá, se extendía un camino asfaltado en dirección a una pequeña ciudad. Pero no observaba signo alguno de vida. Ni un solo vehículo en movimiento, ni una luz en los edificios. Algo que le llamo la atención fue el lugar desde donde se levantaba una alta y enigmática torre. Un extraño ambiente de muerte y desolación se respiraba en el aire.

            Era algo poco insólito. Pero tenía claro que debía llegar a aquella ciudad para poder descubrir que le había ocurrido. No veía mucho recorrido, lo único que le retrasaría seria el bajar la montaña. Comenzó a descender, facilitándole la bajada la luz de la luna. No era nada fácil, pero debía llegar abajo.

            Se había convertido en un paseo de divagaciones bajando la montaña, pero en donde se encontraba ahora, a medio camino entre montaña y ciudad, ya había pasado lo peor. Continuó su camino hasta el frondoso bosque rodeado por oscuros arboles. Se acercó lentamente a verlos y descubrió que todo se encontraba calcinado. Ramas por el suelo, restos de los arboles, una fina capa de ceniza se respiraba en el ambiente. Todo el bosque era desolador. Siguiendo por lo que quedaba del bosque, encontró una ligera pendiente y desde allí, divisó la oxidada valla del cementerio.
            Desde lo alto, parecía bastante pequeño, pero ya en él era todo lo contrario. El suelo era de restos de hierba muerta. Las lapidas, distribuidas en relación a la antigüedad de las tumbas. De izquierda a derecha, las más antiguas, hechas con un par de palos unidos con unos clavos, medio sepultadas bajo los restos de los árboles calcinados. A partir de estas, comenzaban las lapidas de metal y mas allá las de mármol. Junto a la puerta principal, la caseta de madera ennegrecida. Se coló por un agujero producido en la valla y fue en dirección a la caseta.
Se detuvo por curiosidad en un par de lapidas. Una de madera carcomida, con el nombre y fecha del difunto apenas legible y en otra escrito D. Juan Manuel De Zafra 1862 - 1916. Se acercó a la caseta. La puerta se hallaba entreabierta. Comenzó a abrirla lentamente, con el chirrido de las bisagras que avisaba de su presencia. Preguntó si había alguien en su interior, pero no recibió respuesta alguna. Entró y a pesar de la poca luz que allí había, comenzó a registrarlo todo. Eran sobre todo aparejos de enterrador. Encima de la mesa, un libro abierto por el final. Las páginas, amarillentas por el paso del tiempo, tenían escritas todas las defunciones desde mediados del siglo pasado. Observó las últimas anotaciones escritas en él. La última persona fechada en el año 1939.
            Se dio la vuelta para seguir buscando si encontraba algo útil cuando algo llamó su atención. Había sido un ruido procedente del exterior. Haciendo el mínimo ruido, se acercó a la ventana. Asomándose con cuidado, intento identificar la dirección del ruido. Se mantuvo en silencio, conteniendo la respiración, pero sus intentos fueron en balde. Fuera no parecía haber nadie. Justo al apartarse de la ventana, vio una tenue luz blanca que se acercaba a él.
            Por instinto, se agachó y esperó oculto en las sombras hasta que la luz estuviese más próxima. Se acercaba lentamente en su dirección. Debía salir de allí. No le convenía que el dueño le encontrase dentro. Quería respuestas, no tener problemas. Volvió a asomarse. La luz seguía acercándose. Se acerco a la puerta e intentando que hiciese el mínimo ruido, salió en dirección a las lapidas de mármol que tenia más cerca. Se tumbó en el suelo a esperar.

            La luz había llegado a la entrada del cementerio. Consiguió distinguir una figura de estatura media. Caminaba lentamente, encorvada hacia delante, bajo una extraña túnica negra. No se le podía distinguir bien las facciones de la cara. Llevaba apoyada su mano derecha sobre un extraño bastón de color oscuro. En la izquierda, la lámpara con la que se iluminaba. La luz se dirigía hacia donde estaba oculto. Se quedo inmóvil, esperando que pasase de largo, pero no fue así.

  • Levántate. Debemos irnos.- dijo la sombra con una voz muy grave.

            Estaba claro que le había descubierto. ¿Pero cómo? Había salido intentado hacer el mínimo ruido, pero estaba claro que no lo había hecho demasiado bien. Estaba a sus pies, bajo la tenue luz de la lámpara, y pudo verle más de cerca. Llevaba unas extrañas sandalias con unas cintas que le recorrían los tobillos. Una extraña coraza metálica se vislumbraba bajo la negra túnica. Sus manos, envejecidas y llenas de rastros de hematomas. Su cara no lograba distinguirla. Una inquietante oscuridad se ocultaba bajo la capucha de la túnica.

  • Levántate. Aun nos queda mucho camino. – Repitió la extraña figura.

            Se levantó y quedo a su misma altura.

  • ¿Quién eres? – Preguntó.
  • En marcha. Te lo iré contando de camino. – Le respondió.

            La extraña figura se dio la vuelta y comenzó a andar en dirección por donde había venido. El iba a su lado.

  • ¿Quién eres? – le volvió a preguntar.
  • Me llaman el cosechador. – respondió
  • ¿El cosechador?
  • Me dedico a cosechar las almas de los muertos.
  • ¿Cómo?
  • Las almas de los que mueren y no saben a dónde deben ir en su nueva situación.
  • Espera, espera. ¿Quieres decir que estoy muerto?
  • Sí. Los detalles de tu muerte los desconozco.

            No se esperaba eso. No recordaba cómo ni por qué había muerto, pero era algo que debía averiguar.

  • ¿Dónde estamos?
  • En medio de ninguna parte. A pesar de que tu cuerpo está ya bajo tierra, tu alma ahora está en lo que llamamos un mundo temporal
  • ¿Cómo que un mundo temporal?
  • Un periodo de transición entre tu muerte y tu destino.
  • ¿Mi destino? ¿Qué es lo que me espera ahora?
  • ¿Ves aquella torre que se observa desde aquí? – dijo señalando al horizonte – La llaman la Torre del destino. Allí, es a donde he de llevar a todas las almas para que las juzguen.
  • ¿Las juzguen?
  • Ellos te juzgaran. Son los que decidirán tu futuro.
  • ¿Ellos?
  • Pronto les conocerás. Son los dueños de tu destino.
  • ¿Pero cómo he muerto? No lo recuerdo. Ni tan siquiera puedo recordar mi nombre.
  • Nadie recuerda nada cuando llega. Es solo cuestión de tiempo. Cuando estés delante de ellos te será revelada toda tu vida. Desde que tuviste uso de razón hasta tu muerte.

            Habían recorrido buena parte del viaje en silencio. Iban por una carretera secundaria en donde había diversos vehículos, algunos de gran tonelaje. En un estado deplorable e incluso volcados. No había cuerpo alguno en su interior, tampoco fuera de ellos. Todos tenían la pintura completamente corroída por el paso del tiempo y se encontraban en un estado lamentable. A medida que se iban acercando, divisaron un cartel casi tocando el suelo con los postes de sujeción doblados, en el que apenas podía leerse el nombre de la ciudad. Mirando el cartel fijamente intentando adivinar el nombre que había inscrito.

  • Se llama Ajenjo. – dijo el cosechador.
  • Extraño nombre para una ciudad. – le respondió.

                                    

Fin del primer capítulo

 

A. Alfonso L. Sala Baach

     
   
 
 
     
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